E ra como un portazo bajo la superficie de la tierra; un rugido palpitante, de un minuto de duración, que llevó anoche a Bagdad la supuesta cruzada del presidente estadounidense George Bush contra el terrorismo.
Hubo un estruendo de trazadores en el horizonte procedentes de las defensas antiaéreas de Bagdad; la potencia de fuego de la Segunda Guerra Mundial de los viejos cañones antiaéreos soviéticos; y luego una serie de tremendas vibraciones que hicieron temblar el suelo bajo nuestros pies. Burbujas de fuego rasgaron el cielo alrededor de la capital iraquí, rojo oscuro en la base, dorado en la cima.
Saddam Hussein, por supuesto, ha prometido luchar hasta el final, pero anoche en Bagdad, la violencia tenía algo de Valhalla. En cuestión de minutos, mirando a través del río Tigris, pude ver pinchazos de fuego mientras las bombas y los misiles de crucero estallaban sobre los centros militares y de comunicaciones de Iraq y, sin duda, también sobre los inocentes.
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