Hace cuatro años, poco después de que cientos de miles de refugiados rohingya llegaran a su comunidad de Cox’s Bazar (Bangladesh), Hason Ara recibió raciones de alimentos del Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Por aquel entonces, su marido, comerciante de alimentos, tenía dificultades para encontrar trabajo y, con la subida de los precios, no podían permitirse llevar comida a la mesa para su familia de ocho miembros. A menudo se saltaban comidas para que sus hijos pudieran comer; y comer pollo o pescado era una fantasía.
Los precios vuelven a subir ahora, por el efecto dominó de la guerra en Ucrania. Bangladesh, uno de los mayores importadores de grano del mundo, depende en gran medida de Rusia y Ucrania para la importación de alimentos, y el PMA compra más del 50% de su grano a Ucrania.
La situación pone de manifiesto la importancia de los proyectos agrícolas de refuerzo de la resiliencia, en un país muy vulnerable a los fenómenos meteorológicos extremos relacionados con el cambio climático y que todavía se tambalea por las consecuencias económicas de la pandemia del Covid-19.
En 2018, el PMA puso en marcha un programa de medios de vida para apoyar a las mujeres rurales que formaban parte de la comunidad de acogida en Cox’s Bazar, con el respaldo del Reino Unido y otros países. Hasta la fecha, ha beneficiado a más de 45.000 mujeres.
Esto contribuye a aumentar sus ingresos y les permite un mayor acceso a alimentos nutritivos.
El año pasado, los participantes ganaron un total de casi 7 millones de dólares (£ 5. 38 millones), a través de una amplia gama de actividades empresariales que incluyen la producción de verduras, frutas, setas y pescado, la cría de ganado y aves de corral, la artesanía, la confección y la alfarería.
Cientos de mujeres recibieron una subvención de 180 dólares del PMA, que utilizaron para empezar a cultivar hortalizas y criar ganado. También recibieron una asignación mensual de 12 dólares.
Las participantes aprendieron a preparar un plan de negocio, reunir y depositar los ahorros de forma segura y vender los excedentes. También aprendieron contabilidad y gestión financiera básica.
Hason Ara es una de las graduadas. Ahora ayuda a otras mujeres a poner en marcha o ampliar sus propias empresas económicas. “Nos enseñaron a cuidar los ahorros, a negociar con los compradores e incluso a proteger y almacenar nuestras cosechas para evitar pérdidas – a tratar con los insectos y a quién llamar si hay una plaga,” dice.
Al principio de la formación, el grupo de agricultoras que Hason Ara había formado con otras 23 mujeres producía una media de 80 kg de verduras a la semana. Ahora producen 280 kg.
“Ahora tenemos más tierra – la tierra nos alimenta, y lo que no podemos comer, lo podemos vender,” dice.
El PMA también ha construido un “centro de agregación” en la comunidad, donde compradores y vendedores pueden reunirse para negociar e intercambiar productos frescos. El centro ofrece un servicio de auto-rickshaw para ayudar a los agricultores a transportar cargas pesadas. Parte de la producción la compran directamente los minoristas que suministran alimentos a los campos rohingya, donde el PMA proporciona ayuda alimentaria mensual a casi 900.000 refugiados – beneficiando a dos comunidades a la vez.
“ Antes teníamos que desplazarnos al mercado de Ukhyia para vender cualquier producto; ahora podemos venderlo en el centro de agregación, lo que es muy útil” dice Hason Ara. “A veces los compradores incluso vienen directamente a nosotros, porque hemos crecido mucho”
Los beneficios que obtiene el grupo se reparten a partes iguales entre sus miembros. A lo largo de cuatro años, han crecido de forma constante, lo que ha permitido a Hason Ara construir una casa, pagar la educación de sus seis hijos y apoyar los matrimonios de sus hijos mayores.
“Incluso he comprado mesas y sillas para que mis hijos puedan estudiar en casa”, dice.
La creciente autonomía económica no es el único cambio que ha transformado su vida en los últimos cuatro años. También dirige debates comunitarios, en los que inculca la importancia de ahorrar, invertir y no rendirse tras dificultades como una mala cosecha.
“Tener tanto éxito en este programa me dio confianza y me inspiró para hacer más”, dice. “Me he dado cuenta de que puedo trabajar bien y sé que soy capaz de más. La gente de la comunidad acude a menudo a mí para resolver disputas. He encontrado la confianza y el valor para resolver asuntos “si una familia no puede permitirse mantener un matrimonio, ayudo a recaudar fondos en la comunidad para pagarlo. Al mismo tiempo, suelo alzar la voz para impedir los matrimonios precoces de las niñas más jóvenes”
Ahora, Hason Ara quiere llevar sus dotes de liderazgo al consejo rural, al que espera unirse. “Tengo más ambición que en el pasado. Sé que las mujeres podemos resolver los problemas sin que intervenga un hombre, e incluso creo que se nos da mejor.”
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