Sladjana Sarenac recuerda los trozos de una bomba de uranio empobrecido (DU) que recogió frente a su casa en Sarajevo. “Brillaba y yo hice lo que hacen todos los niños”, dice. “Tenía seis años y fingí que hacía galletas con los trozos de metal y la tierra del jardín. Luego escondí los trozos en una estantería porque mi perrita, Tina, estaba jugando con ellos”.
Sladjana tiene ahora 12 años y está gravemente enferma desde entonces. Se le han caído repetidamente las uñas de los dedos de las manos y de los pies. Ha sufrido hemorragias internas, diarrea constante y vómitos. Cuando sus padres serbios huyeron de su casa en el suburbio de Hadjici, en Sarajevo, tras el Acuerdo de Dayton, ella se llevó a su perro. Tuvo tres cachorros. Luego Tina murió. Luego los cachorros. Sladjana tiene un rostro desesperadamente pálido y ojos cansados.
Todo el mundo le dice que se pondrá bien. Yo también se lo digo. Los padres de Sladjana gastan 450 marcos alemanes al mes (140 libras) en sus medicamentos -toma 2 mg de Benesedin dos veces al día y 600 mg de magnesio una vez al día-, pero la familia es demasiado pobre para pagar las facturas. En su casa de acogida de Bratunac, les han cortado la electricidad. La propietaria quiere que se vayan. Y, por supuesto, nadie de la OTAN se ha molestado en preguntar por la misteriosa enfermedad de Sladjana.
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