Analistas en México dijeron el lunes que el exitoso impulso del presidente Andrés Manuel López Obrador para llevar a cabo el voto revocatorio del fin de semana podría, paradójicamente, dejar la democracia de México más débil.
López Obrador declaró que el referéndum del domingo, en el que recibió un fuerte apoyo de los pocos votantes mexicanos que participaron, fue “un éxito total” y “un acontecimiento histórico”.
Describió la votación como una victoria de la “democracia participativa”, señalando que nunca antes se había permitido a los mexicanos votar sobre si un presidente debía ser destituido.
Pero su partido, Morena, utilizó tácticas electorales ilegales, al viejo estilo, para conseguir el voto en lo que fue una votación mayormente simbólica.
López Obrador nunca tuvo dudas de que perdería el referéndum del domingo, ya que sus índices de aprobación rondan el 60%. Los recuentos de votos casi finales del lunes mostraron que alrededor del 92% de los votos emitidos dijeron que debería permanecer en el cargo.
Aun así, el presidente vio que conseguir un gran número de votantes era la verdadera medida de su movimiento político. La participación fue de unos 16,5 millones, es decir, sólo un 18% de los votantes con derecho a voto, muy por debajo del 40% necesario para que el voto sea vinculante.
El líder del partido de López Obrador, Mario Delgado, se jactó de conducir una furgoneta para recoger a la gente y llevarla a los centros de votación, una práctica que es ilegal en México.
Delgado publicó fotos en sus cuentas de redes sociales en las que aparecía conduciendo una furgoneta pintada con la frase “¿Quieres votar? Yo te llevo”. La furgoneta se mostró después cargada de personas que habían votado.
Clara Jusidman, economista y activista cívica, dijo que también se exigía a algunos empleados del gobierno que llevaran un número mínimo de personas a los centros de votación. Esa es una práctica que recuerda al viejo Partido Revolucionario Institucional, que gobernó México durante siete décadas sin interrupción hasta que perdió las elecciones de 2000.
“Se rompieron muchas reglas que se habían establecido para proteger contra la intervención del gobierno, el uso de fondos públicos para promover (el voto) y la política ‘clientelar'”, dijo Jusidman, refiriéndose a las personas que sienten que tienen que votar para preservar sus beneficios gubernamentales.
Y el propio presidente ha criticado elementos del sistema electoral que surgieron tras décadas de gobierno casi unipartidista en un esfuerzo por fortalecer la democracia, entre ellos las autoridades electorales independientes establecidas a finales de los años 90 para garantizar el juego limpio y la equidad en las elecciones.
López Obrador se ha comprometido a revisar el Instituto Nacional Electoral, alegando que es demasiado caro y que es hostil a su partido Morena.
Los críticos dijeron que la votación del domingo fue el verdadero derroche de dinero. Dijeron que costó casi 80 millones de dólares y que fue sólo una forma de que López Obrador reuniera a su base a mitad del mandato único que se permite a los presidentes de México. Les preocupa que los cambios en el instituto electoral puedan disminuir su autonomía e independencia.
De hecho, López Obrador ha expresado su disgusto por los organismos reguladores y de supervisión independientes en general, como en la transparencia gubernamental y el acceso a la información. Ha buscado eliminar algunos de ellos.
Luis Miguel Pérez Juárez, experto en transiciones democráticas del Instituto Tecnológico de Monterrey, dijo que el presidente nunca ha tenido mucho afecto por el instituto electoral, conocido por sus siglas como el INE, que ocasionalmente trata de limitar lo que los funcionarios electos pueden decir en el período previo a las elecciones.
“Desde que llegó al poder, el INE le ha molestado”, dijo Pérez Juárez.
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