Ta última vez que el teniente coronel Daoud Mousa, de la policía iraquí, vio con vida a su hijo Baha fue el 14 de septiembre, cuando los soldados británicos asaltaron el hotel de Basora donde el joven trabajaba como recepcionista. “Estaba tumbado con los otros siete empleados en el suelo de mármol con las manos sobre la cabeza”, cuenta hoy el coronel Mousa. “Le dije: ‘No te preocupes, he hablado con el oficial británico y dice que serás liberado en un par de horas'”. El oficial, un subteniente, llegó a dar al policía iraquí un papel y escribió en él “2 Lt. Mike”, junto a una firma indescifrable y un número de teléfono de Basora. No había ningún apellido.
“Tres días después, estaba viendo el cuerpo de mi hijo”, dice el coronel, sentado en el suelo de cemento de su casa de los barrios bajos de Basora. “Los británicos vinieron a decir que había muerto bajo custodia. Tenía la nariz rota, había sangre por encima de la boca y podía ver los hematomas de sus costillas y muslos. La piel estaba arrancada de sus muñecas donde habían estado las esposas”.
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