In las semanas transcurridas desde que Rusia lanzó su invasión de Ucrania, un hombre se ha hecho notar: El presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Como todo un potentado, comenzó solicitando el apoyo de los principales ministros en directo en la televisión; siguió con un indignado ataque verbal a Ucrania, arremetiendo contra Lenin, Stalin y Gorbachov. Tres días después, de madrugada en Moscú, volvió a salir en la televisión nacional anunciando el inicio de la acción militar. Los primeros tanques entraron y las primeras bombas fueron lanzadas en cuestión de horas.
El ataque militar de Rusia ha tendido a ser visto como una guerra anticuada lanzada por un autócrata anticuado, sorprendente y chocante para todos los que creían que tales guerras habían terminado, al menos en Europa. Las escenas de los preparativos para la lucha callejera que han surgido de las ciudades ucranianas en los últimos días han recordado trágicamente a los noticiarios en blanco y negro de las mismas ciudades que Alemania invadió en 1941. Pero el autócrata, supuestamente anticuado, también refleja las complejidades de los tiempos que ha vivido.
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