Wuando el teléfono de Frederick Banting sonó una mañana de octubre de 1923, fue la llamada que todo científico debe soñar con recibir. Al otro lado de la línea, un amigo emocionado le preguntó a Banting si había visto los periódicos de la mañana. Cuando Banting dijo que no, su amigo le dio la noticia él mismo. Banting acababa de recibir el Premio Nobel por su descubrimiento de la insulina.
Banting mandó a su amigo a la mierda y colgó el auricular. Luego salió a comprar el periódico de la mañana. En los titulares vio en blanco y negro que sus peores temores se habían hecho realidad: le habían concedido el Nobel, pero también a su jefe, John Macleod, profesor de fisiología de la Universidad de Toronto.
Esta es una historia de egos monstruosos, rivalidades profesionales tóxicas e injusticias. Pero, por supuesto, hay otro personaje en este drama: la propia diabetes.
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