Un toque, literalmente, de genio.
Leo Messi llegó a un milenio de partidos y ofreció un momento que demostró por qué no sólo es el jugador de su generación, sino de cualquier generación. No hubo sorpresa en esta ocasión histórica, sino un gol con su firma. Messi marcó uno de sus característicos remates, ese exquisito y preciso deslizamiento hacia la escuadra, pero en un escenario en el que nunca antes lo había hecho. Fue su primer gol en una eliminatoria mundialista, en su noveno encuentro de este tipo.
Argentina se encaminó hacia una difícil victoria por 2-1 sobre una valiente selección australiana, que siguió dando buena cuenta de sí misma hasta el final. A pesar de todos los problemas que le plantearon a Argentina, sobre todo por un desafiante reto defensivo de Lisandro Martínez y una brillante parada de Emiliano Martínez cuando el empate parecía seguro, la pregunta es si ese gol también les pondrá en el camino hacia la final. El equipo de Lionel Scaloni no parece ni mucho menos tan bueno como sugería su larga racha de imbatibilidad, pero tiene un ímpetu tenaz que será difícil de contrarrestar para los mejores equipos, y que sólo se ve reforzado por los miles de ruidosos aficionados que hacen que cada partido aquí parezca un partido en casa.
Es una auténtica experiencia asistir a un partido de Argentina en un estadio, incluso en un país anfitrión tan controvertido y extrañamente rancio como éste.
Es por supuesto una experiencia ver a Messi en un partido como este, en una ocasión, especialmente con la forma en que volvió a crecer en un partido.
Fue como México y Polonia en ese sentido y quizás sea un buen presagio para su torneo en general.
Después de empezar la partida a paso de paseo, la terminó completamente corriendo.
Hubo muchos momentos Diego Maradona 1986, cuando Messi atraía a toda una defensa con otra coruscante carrera sólo para que un compañero – sobre todo el atrozmente fuera de forma Lauturo Martínez – desperdiciara sin querer una buena oportunidad que acababa de ofrecerles.
Sin embargo, el capitán no se enfadó ni una sola vez, se limitó a seguir adelante. O, al menos, no mostró enfado a sus propios compañeros.
El punto de inflexión del partido pudo llegar cuando Aziz Behich cometió el error de enfadar a Messi.
Tras un enredo de piernas, el defensa australiano le tiró de la camiseta y le arrastró sobre la línea. Le sacó algo de quicio.
La verdad es que Messi había estado bastante mal antes de su encontronazo con Behich. Le costaba encontrar el espacio y la distancia. Messi había errado tres pases consecutivos, y no parecía capaz de escapar de la jaula de cuatro hombres que Australia había colocado a su alrededor. Deambulaba de un lado a otro, ineficaz. Argentina controlaba por completo el partido, pero no podía hacer gran cosa porque no conseguía llegar a su capitán.
Entonces, Behich se atrevió, le tiró de la camiseta, se encaró con él y a los dos minutos Messi ya había marcado.
Cuando se enfada te encanta. Tal emoción produjo un momento Messi vintage, en muchos sentidos. Tras lanzar una falta que casi se cuela dentro, el creador de juego se quedó cerca de la línea de banda mientras el balón salía fuera y volvía a entrar. Fue todo tan caótico.
Messi tomó el control, primero mostrando cómo se controla realmente un balón de fútbol. En un balón largo y sin dirección, el creador de juego lo mató con un toque sublime antes de devolverlo a Alexis Mac Allister. El centrocampista ofreció un buen pase en profundidad, pero sólo para Nicolás Otamendi. Messi no lo tuvo.
Iba a enseñarle a su central cómo se hacía, mostrándonos algo que hemos visto tantas veces, pero que sigue siendo casi imposible de parar. Messi se quitó de encima a Otamendi antes de colar el balón por encima de Mat Ryan. El guardameta sólo pudo ver cómo se le escurría entre los dedos, y aunque eso le hizo pensar que debería haberlo hecho mejor, en realidad ése es el truco mágico. Así es como sigue funcionando, como Messi tiene este extraordinario récord de goles en 1.000 partidos. Simplemente está perfectamente colocado. Él nonecesita el poder porque tiene una precisión prístina.
Australia ahora tenía que cambiar algo. Todo su plan de juego se basaba naturalmente en contener defensivamente a Argentina, y eso ya no tenía sentido. Esto era una eliminatoria, tenían que ir a por todas.
Lo hicieron con creces, aunque primero cometieron un error en el que Ryan debería haber estado más acertado. Era imposible no sentir simpatía por el guardameta del Copenhague, sobre todo teniendo en cuenta lo costoso que acabó resultando el error.
Ryan intentó sacar el balón con los pies, pero Rodrigo De Paul se lo impidió en un primer momento. El guardameta perdió el control y también la visión de Julián Álvarez, que corrió a su alrededor, se metió en el bolsillo y sacó el balón a córner. Fue aún más lento que el de Messi’y lo hizo aún más tortuoso para Australia.
Sin embargo, el final no iba a ser fácil para Argentina. En el minuto 77, y en total consonancia con la actitud de Australia, Craig Goodwin decidió probar suerte. Su estruendoso disparo rebotó en Enzo Fernández y superó a Martínez.
El tono cambió. La sensación cambió. Empezaba a parecer que podía ser uno de esos días en los que Messi creaba ocasiones y Martínez las fallaba. Australia empezaba a forzar aperturas en el otro extremo. La zaga argentina no podía despejar todo de cabeza.
Behich estuvo a punto de abrirse paso con una carrera propia de Messi. Fue entonces cuando el central Martínez tuvo que cruzarse. Fue un momento que estuvo a punto de detener a Argentina y que dejó a muchos boquiabiertos, pero lo peor estaba por llegar. En el último momento del partido, el balón llegó desesperadamente a Garang Kuol. Se giró y parecía destinado a meterla. El guardameta Martínez realizó una de las paradas más espectaculares del torneo y, como no podía ser de otra manera, puso su cuerpo sobre el balón para perder tiempo.
Asegura un poco más de tiempo de Messi en la competición más ilustre de todas. Puede ser su momento. Messi por una vez tiene que estar agradecido a alguien. Todos los demás agradecen la oportunidad de verle.
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