An una reciente reunión en Downing Street con el jefe de una de las mayores corporaciones industriales del mundo, Boris Johnson se mostró en su forma habitual, bromista. Eso estaría bien, si no fuera porque su invitado era un hombre de negocios serio, un pensador además de un hacedor.
Me han dicho que salió el tema del sector de la aviación. El jefe de la multinacional dijo que el mercado había cambiado, que la demanda de aviones de fuselaje ancho había disminuido. El Sr. Johnson le miró fijamente y, al parecer, dijo que era una pena, ya que “me gustan los aviones de fuselaje ancho”.
Su visitante se quedó perplejo: en todos los años que lleva reuniéndose con líderes mundiales, nunca se había encontrado con uno como el Sr. Johnson, a excepción quizá de Donald Trump. Durante tres años hemos tenido un comediante en el Número 10. Quizá por eso el Sr. Johnson se relaciona tanto con el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, que era un cómico profesional. Pero es difícil imaginar al Sr. Johnson manteniendo el prolongado nivel de intensidad y coraje desinteresado que ha mostrado el asediado líder ucraniano.
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