Istán siendo tiempos interesantes para la política de género en el lugar de trabajo. Mientras el nuevo anuncio de Virgin Atlantic marca un alejamiento progresivo de los estereotipos habituales de la marca, tenemos las consecuencias de las artimañas de Angela Rayner para cruzar las piernas y usar faldas, que causan una distracción masiva en la caja de envío.
Es un recordatorio del abismo que existe entre el discurso y la realidad, lo cual es una pena, aunque no sea predecible. La campaña de Virgin es significativa. Se trata de una marca que, durante muchos años, y por muy irónico que sea el sentimiento, se ha regodeado en la representación de roles de género definidos: los pilotos, suaves y masculinos; la tripulación de cabina, femenina y sexualizada, colgada del brazo de un hombre, delgada como una modelo y atractiva. Los trajes rojos ajustados siempre han sido glamurosos, con el subtexto de que están ahí para llamar la atención, vendiendo una fantasía de algo más allá de la realidad de servir gin-tonic en un espacio muy reducido.
Todo ello está ausente en la atrevida revisión, aunque saltando del carro, que es convincente de todos modos. La gran revelación es una mujer piloto de aspecto capaz, pero me llamó más la atención el miembro de la tripulación de cabina que, a punto de pintarse los labios, decide no hacerlo, y se dirige a su turno con los labios desnudos, sin la habitual capa de rojo brillante. Es un punto interesante, un rechazo a uno de los detalles más excesivos de un código de vestimenta exigente, que dicta que las tripulantes de cabina deben llevar tonos específicos de maquillaje.
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