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Crítica de Bullet Train: La energía de Brad Pitt se desaprovecha en una comedia de acción excesivamente engreída

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Dir: David Leitch. Protagonistas: Brad Pitt, Joey King, Aaron Taylor-Johnson, Brian Tyree Henry, Andrew Koji, Hiroyuki Sanada, Michael Shannon, Benito A Martínez Ocasio, Sandra Bullock. 15, 126 minutos.

Brad Pitt lleva décadas tratando de decirnos que, debajo de todo ese brillo de actor principal, es en realidad un bobo. Piensa en sus maravillosos papeles de cabeza de chorlito en Quemar después de leer, Once Upon a Time in… Hollywood, y, diablos, incluso la de este año La Ciudad Perdida. Sin embargo, no estoy seguro de hasta qué punto el público se ha convencido de ello. La grandeza del estrellato cinematográfico puede ser algo difícil de quitar. Y puede ser por eso que Bullet Trainuna película de acción gonzo del tipo que hizo Deadpool 2, se siente tan deslizada por la desesperación.

Pitt es divertido aquí – hay un momento cómico preciso en la forma en que empuja una serpiente venenosa por la taza del baño – pero El tren bala se siente tan esforzado en su extravagante teatralidad que es un poco como ver a un niño llamando repetidamente la atención de su madre antes de dar una voltereta contra una pared de ladrillos. Es Tarantino en un momento en el que ese calificativo está tan sobreutilizado que sólo puede ser despectivo. ¿No hemos encontrado algo más que los directores blancos desesperados por un estilo visual puedan copiar descaradamente? De hecho, ese tipo de derivación resulta especialmente extraña en un director como David Leitch. John WickJohn Wick que codirigió con Chad Stahelski, parece estar perpetuamente generando imitaciones. Leitch ya ha dejado su huella en el paisaje de la cultura pop. ¿No podría simplemente haber tomado prestado de sí mismo?

El hecho Tren bala es una adaptación – de la novela de Kōtarō Isaka de 2010 Maria Beetle– parece haber tenido poco efecto. El reparto de la película está repleto de actores occidentales, mientras que las estrellas japonesas y japonesas-estadounidenses, como Karen Fukuhara y Masi Oka, reciben meros trozos de diálogo. En su lugar, la película se entrega a una especie de orientalismo cursi. El sicario Ladybug (Pitt), cuyo nombre en clave ha sido decidido por su responsable (Sandra Bullock, en un papel en gran parte fuera de la pantalla), ya que está convencido de que tiene mala suerte, es engatusado para que vuelva a trabajar con lo que debería ser un trabajo sencillo: recoger un maletín guardado en el tren Shinkansen de Tokio a Kioto y marcharse.

Pasa la mayor parte de su tiempo en pantalla desconcertado por la cultura japonesa: es incapaz de utilizar un retrete inteligente, pone los ojos en blanco ante la mascota disfrazada del tren y argumenta que el público no es tan “educado” en Japón como esperaba. En algunos momentos, se escuchan versiones en japonés de “Stayin’ Alive” de Bee Gee y de Bonnie Tyler. Alive” de Bee Gee y “Holding Out for a Hero” de Bonnie Tyler. Es el cine de acción como folleto turístico. Ladybug pronto descubre que el tren está repleto de otros asesinos mortales, todos con los ojos puestos en ese misterioso maletín, y todos ellos representados como caricaturas de una sola nota. Dos viejos de Cockney -Tangerine (Aaron Taylor-Johnson, que está realmente maniático aquí de una manera que supera a sus coprotagonistas) y Lemon (Brian Tyree Henry)- discuten sobre sus nombres en clave. “¿Cuándo fue la última vez que comiste una tarta de merengue de limón?”, argumenta uno de ellos, lo que resulta extraño si se tiene en cuenta que la tarta de merengue de limón es una opción de postre totalmente normal. El limón está obsesionado con Thomas the Tank Engine y ha construido todo su código moral en torno a él, algo que en realidad tiene su origen en la novela de Isaka, pero que aquí se convierte en algo muy irritante.

Viajan con el hijo (Logan Lerman) de un infame mafioso ruso, conocido como Muerte Blanca (Michael Shannon). Otros dos asesinos, Wolf (Benito A Martínez Ocasio, alias el rapero Bad Bunny) y Hornet (Zazie Beetz) les pisan los talones. Una adolescente (Joey King), con otro tembloroso acento británico, tiene un motivo oculto. Mientras tanto, un asesino japonés, Yuichi Kimura (Andrew Koji), se ha embarcado para encontrar a la persona que empujó a su hijo pequeño desde un tejado a instancias de su propio padre, conocido sólo como el Anciano (la veterana estrella de acción Hiroyuki Sanada). Este último par, al ser los únicos personajes humanos, son, con mucho, las adiciones más geniales a una película en la que todos se esfuerzan por ser geniales.

El guión de Zak Olkewicz aspira a un intrincado caos. Pero este es exactamente el tipo de película hiperpop que, cuando no funciona, resulta excesivamente petulante. Está demasiado envuelta en la supuesta inteligencia de Lemon y Tangerine contando el número de personas que han matado utilizando un montaje con banda sonora de Engelbert Humperdinck. O la forma en que Ladybug se preocupa de que se esté quejando a unmujer mientras se desangra. O el relleno de excesivas historias de fondo para personajes que son inmediatamente golpeados.

Ciertamente hay destellos del Leitch que hizo John Wickaquí. Hay una pelea en el silencioso vagón del tren que es bastante inteligente, en la que una discusión susurrada se convierte en los golpes acolchados de las cabezas que se golpean contra las mesas. Pero nunca da la sensación de que la película se aproveche de sus escenarios confinados, ya que todo acaba por fundirse en un borrón de CGI. ¿Y Pitt? Hace exactamente lo que Pitt siempre ha hecho en estas situaciones: repartir filosofías de fumeta como “que esto sea una lección sobre la toxicidad de la ira” o “la gente herida hace daño a la gente”. Pero esto ya lo has visto antes. Y ya lo has visto mejor.

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