En la producción de Nicholas Hytner de Guys and Dollsnada permanece quieto durante mucho tiempo: ni el reparto, ni el público, ni siquiera el escenario. Tras las aclamadas producciones inmersivas de Julio César y Sueño de una noche de veranoEl director del Bridge Theatre transforma el auditorio en el Nueva York de la época de la Depresión, un lugar en constante cambio. Los artistas bailan a escasos centímetros del público. El público es conducido a las mesas del escenario. Una banda de música avanza entre las masas. Puede que la puesta en escena sea ingeniosa, pero esta producción ya se siente como un clásico, que sabe cuándo sacudir el barco y cuándo ceñirse a lo que funciona. Y vaya si funciona.
Colgados sobre el auditorio, brillantes carteles de neón apuntan a los bajos fondos de la ciudad, un mundo de trasnochadores y hombres dispuestos a apostar por cualquier cosa. Nathan Detroit (Daniel Mays) intenta desesperadamente encontrar un hogar para su próxima partida de mierda ilegal, mientras promete a su prometida desde hace 14 años (chica, corre) Adelaide (Marisha Wallace) que se casarán en cualquier momento. Nathan necesita una apuesta imposible de perder y cree que la ha encontrado cuando le apuesta al playboy Sky Masterson (Andrew Richardson) que no puede “llevarse una muñeca a La Habana”, siendo la muñeca en cuestión la predicadora local Sarah Brown (Celinde Schoenmaker).
La experiencia que tiene en Guys and Dolls variará enormemente en función de si está sentado o de pie entre la multitud. Estos últimos son guiados por miembros del equipo (que, como detalle simpático, van vestidos de policía), lo que permite que el innovador decorado de Bunny Christie se eleve del suelo ante la multitud. Esta proximidad al reparto permite una gran interacción con el público, sobre todo cuando los personajes son advertidos conspirativamente de “las aceras repletas de muchos ciudadanos de aspecto extraño”. Por lo demás, el diseño es bastante tradicional. Los únicos atisbos de modernidad los aportan Adelaida y sus chicas de la caja caliente, cuyos trajes de actuación hacen un guiño a las superestrellas del pop Madonna o Beyoncé. Pero incluso cuando sus trajes están repletos de pedrería y lentejuelas, los sujetadores que adornan son de corte alto y anticuados, mezclando lo viejo y lo nuevo.
Observando el arremolinado conjunto, puede resultar difícil saber dónde mirar. Pero nuestros protagonistas dirigen el espectáculo con seguridad. A Mays le falta un poco de energía cuando llega al escenario, pero enseguida coge ritmo. Wallace, por su parte, recientemente nominada al Olivier por su papel en ¡Oklahoma!sigue dominando todos los musicales en los que actúa. No se excede en este papel tan fácil de sobrellevar, haciendo que el a menudo cursi “Bushel and a Peck” sea genuinamente sexy.
Ella y Mays forman una divertidísima pareja cómica, con Wallace dirigiendo de forma impresionante el torbellino de tempos siempre cambiantes que es “Sue Me”. Sky y Sarah no pueden igualar su química, pero Richardson se desenvuelve sin esfuerzo y con suavidad en su debut profesional en el escenario, mientras que Schoenmaker ofrece unos tonos de soprano cristalinos con una mordacidad sorprendente.
Pero al final, el mejor número no está reservado a nuestros cuatro tortolitos. No, es Nicely-Nicely Johnson (Cedric Neal) quien pone en pie a los que aún no lo estamos con una interpretación espectacular de “Sit Down, You’re Rockin’ The Boat”. En estas grandes y poderosas canciones de grupo, el conjunto se une. No hay distracciones y el público recupera la concentración perdida. Se nos recuerda por qué estamos aquí: para ver a los titanes del teatro musical en lo más alto de su carrera, cantando con todo su corazón. En lo que se refiere a reposiciones de grandes musicales con clase, es difícil encontrar algo mejor.
Guys and Dolls’ se representa en el Bridge Theatre hasta el 2 de septiembre.
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