Dir: Joachim Trier. Protagonistas: Renate Reinsve, Anders Danielsen Lie, Herbert Nordrum, Hans Olav Brenner. 15, 128 minutos.
Si alguien me preguntara cómo se siente la angustia milenaria, le señalaría la comedia de crisis de Joachim Trier, La peor persona del mundo. Cada vez que su protagonista, Julie (Renate Reinsve), se encuentra sola -realmente sola, de la forma en que uno suele estar caminando hacia su casa en la oscuridad de la noche o en las primeras horas de la mañana- se pone a llorar. El mundo moderno puede ser tan ensordecedor, una estampida de lo que el narrador de la película llama “actualizaciones, alimentaciones, problemas globales irresolubles”, que sólo en la soledad absoluta nos vemos obligados a cuestionar si somos verdaderamente felices o no. He llorado en demasiados paseos a casa en la oscuridad. Tuve que esperar a la película de Trier para darme cuenta de por qué.
La peor persona del mundo tiene una brillante sensación de definitividad. Es la rara obra de arte que realmente se ocupa de por qué toda una generación puede parecer tan sin rumbo e indecisa. Nos conformamos con deleitarnos en el caos, pero Trier -un cineasta de inagotable empatía- busca algo más. Julie es una Ricitos de Oro moderna, que sumerge su cuchara en una fila interminable de cuencos de avena. Va a la facultad de medicina. Luego decide especializarse en psiquiatría. Luego abandona todo por la fotografía (“en realidad era una persona visual”, señala la narración).
Se mete en una relación con un hombre mayor, Aksel (Anders Danielsen Lie), que es conocido por una serie de Fritz el Gato-sobre un gato montés antropomórfico impenitente. Él quiere hijos ahora. Ella no. “Parece que estás esperando algo. No sé el qué”, le dice él con rencor. Cuando ella huye a los brazos de un camarero de mente tranquila, Eivind (Herbert Nordrum), que no tiene ningún plan particular para su futuro, todo acaba igual de insatisfactorio. Trier ha dividido su historia en 12 capítulos, con un prólogo y un epílogo, una idea que mete al espectador de lleno en la vida de Julie. Ella tiene 29 años. De repente, tiene 30. Su pelo es rubio, luego rosa, luego castaño.
Julie está atrapada en el acto de perseguir cosas -hombres, trabajos, deseos- antes de saber siquiera lo que quiere. Es la consecuencia involuntaria de la libertad de elección sin libertad de expectativas. Cuando la cámara se desliza sobre un siglo de fotografías familiares, la narración detalla cuántos hijos tuvo cada matriarca ancestral, no es con ningún tipo de anhelo retorcido. Por el contrario, Julie es la primera de ellas en enfrentarse a la certeza de que cualquier niño que venga al mundo sufrirá la furia del cambio climático. Parece el tipo de cosa que no le desearías a tu peor enemigo.
La peor persona del mundo es la última entrada en una trilogía suelta de películas de Trier. No sólo comparte un actor, Danielsen Lie, y un coguionista, Eskil Vogt, con la película de 2006 Reprise y la de 2011 Oslo, 31 de agosto, sino una cierta pureza de emociones. Trier es tan hábil en el lenguaje del yo interior que puede dar rienda suelta a su fantasía sin arriesgar la fiabilidad. La escena más destacada de la película es simplemente la puesta en marcha de los deseos de Julie: el mundo se detiene, literalmente, mientras ella corre de un amante a otro, dotada de un repentino momento de absoluta claridad. Y Reinsve, nominada al Bafta y ganadora del premio a la mejor actriz en Cannes, aporta un emocionante cinismo a ese espacio. Sus ojos brillan. La sangre sube a sus mejillas. Es el tipo de actuación que no puede evitar enamorarse de ella de todo corazón. Y, al final de La peor persona del mundosentí que daría cualquier cosa por ver a Julie encontrar un momento de paz.
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