Teamos dos hombres. Por un lado, tenemos a Alejandro de Macedonia, el rey guerrero fornido, rubio y bisexual que conquista el mundo en la epopeya de espada y sandalias de Oliver Stone, Alejandro (2004). Por otro lado, está el obeso, con cicatrices, completamente grotesco y horriblemente feo Oswald Cobblepot, alias El Pingüino, el dueño del club nocturno más sórdido y ruidoso de Gotham City en la nueva película de superhéroes, The Batman. Ambos hombres son interpretados por Colin Farrell.
Es una medida del círculo completo de la carrera del actor irlandés el hecho de que el que fuera un ídolo de matiné se considere ahora el reparto perfecto para interpretar no al apuesto millonario Bruce Wayne, sino a su adversario más deforme. Farrell está excelente en la película. Mirón y siniestro, destila una falsa bonhomía. En una película de tres horas muy desprovista de humor, proporciona algunas de sus pocas risas. En una o dos ocasiones, parece un niño tan perdido que provoca la compasión del público. Al mismo tiempo, aporta una sensación de amenaza física al papel que no se encuentra en otros pingüinos de la pantalla, por ejemplo cuando Danny DeVito interpretó el papel en la película de Tim Burton Batman Returns en 1992.
Por una vez, Farrell se ha librado de su aspecto. Está casi irreconocible en el papel, aunque su voz le resulta familiar. En una entrevista concedida esta semana a Collider, el actor sugirió que el director Matt Reeves se basó en el personaje de Oz/El Pingüino en el Fredo Corleone de John Cazale en El Padrino (que acaba de reestrenarse con motivo de su 50º aniversario). Al igual que Fredo, el hermano Corleone que es continuamente marginado y pasado por alto, Oz en Batman tiene (en palabras de Farrell) “un cierto grado de ruptura”. Es una figura vulnerable y autocompasiva, siempre decidida a demostrar su valía, y a rechazar las burlas en el proceso.
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