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Tnfrentaron a los medios de comunicación del mundo entero con el aspecto de adolescentes furtivos que habían sido sorprendidos haciendo algo muy travieso en una excursión escolar. Cuando Olivia Wilde y los miembros del reparto de su nueva película Don’t Worry Darling dieron una rueda de prensa en Venecia a principios de esta semana, fue un asunto que hizo temblar los dedos de los pies de todos los implicados. Lo que debería haber sido un momento de celebración se convirtió en un calvario. La estrella del pop convertida en actor, Harry Styles, bien acostumbrado al escrutinio de los tabloides, se retorcía incómodo. Chris Pine miraba hacia abajo. Wilde sonrió de forma sombría.
El thriller distópico de ciencia ficción de Wilde ha sido la película más debatida del festival que termina este fin de semana. Sin embargo, la atención no se ha centrado en las interpretaciones ni en la audacia de las decisiones estéticas del director. En su lugar, todo el mundo ha hablado del caos que hay detrás de las cámaras: el supuesto romance entre Wilde y su protagonista, Styles, las tensiones entre los miembros del reparto, las disputas sobre el salario y el estatus, y por qué la estrella Florence Pugh no apareció en la rueda de prensa.
Fue oportuno que la película se proyectara poco antes del estreno en el Festival de Venecia de la película de Andrew Dominik Blondede Andrew Dominik, su biopic de Marilyn Monroe basado en el libro de Joyce Carol Oates sobre la estrella. Al fin y al cabo, Monroe, interpretada por Ana De Armas, estuvo involucrada en muchas producciones de Hollywood que fueron aún más tensas entre bastidores que Don’t Worry Darling. Monroe fue una víctima del sistema de Hollywood. Los estudios la utilizaron, abusaron de ella y luego la escupieron, pero cuando estaba en un plató de cine, dejaba invariablemente el caos a su paso.
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