Aparte de “thriller”, y es un thriller superlativo, es bastante difícil definir qué Chloe se trata. Parece… parece – ser una historia sobre una mujer muy extraña, alguien que es en parte acosadora, en parte enferma de síndrome de Munchausen, en parte fantasiosa, en parte súcubo, y totalmente aterradora. Un personaje central “interesante”, pues. Realmente temes por aquellos que entran en contacto con cualquiera de sus diversas identidades…
Interpretada con una maravillosa intensidad de locura por Erin Doherty (a quien quizá reconozcas como la princesa Ana, más unidimensional, en La Corona), Becky Green es una veinteañera soltera que aún vive con su madre. Trabaja como secretaria temporal, su cuarto de baño tiene moho, sus nervios están a flor de piel debido a la demencia leve de su madre y, como parece ser la rutina de estos días, vive una vida más glamurosa a través de las redes sociales.
Su smartphone es lo primero que consulta por la mañana y se duerme por la noche mirando Instagram. Está obsesivamente “influenciada”, como se dice, por una personalidad en particular, con sus comidas perfectas y sus amigos perfectos, Chloe Fairbourne. O, mejor dicho, la difunta Chloe, que descubrimos que murió por suicidio. La obsesión de Becky por Chloe se traslada entonces a los amigos y socios de Chloe que, naturalmente, aparecen en sus redes sociales y son fácilmente rastreables y localizables a través de la web.
Becky se propone encontrar e infiltrarse en “IRL”, la red de profesionales agradables, elegantes y adinerados de Chloe, utilizando varios alias, una historia inverosímil sobre ser una conservadora de galerías recién llegada de Tokio, y una cantidad impresionante de astucia.
Incluso acaba acostándose con uno de ellos, y empiezas a temer que les ocurra algo mucho peor a toda la pandilla, sobre todo a Elliot (Billy Howle), el tímido y vulnerable viudo de Chloe, que bien podría llevar tatuada en la frente la palabra “PREY”.
En un momento dado, la esquilmada Becky está tan obsesionada con colarse en las vistas privadas y en las recepciones de copas, que parece estar poniendo a prueba la ocurrencia de Quentin Crisp de que, siempre que uno pueda vivir a base de cacahuetes y champán, podría vivir fácilmente acudiendo a todos los cócteles, estrenos y primeras noches a los que le inviten. Salvo que ella no está invitada.
Sin embargo, el misterio es por qué Becky hace esto. Para el espectador, la historia queda ocluida porque hay momentos de lágrimas, llamadas telefónicas misteriosas, secuencias imaginarias y flashbacks que sugieren que Chloe y Becky se conocían en la vida real desde sus tiempos de escuela, y que quizás todavía lo hacían cuando Chloe murió. Es casi como si Becky y Chloe vivieran vidas paralelas y duales, una “real” y otra imaginaria o virtual.
Chloe es un thriller para nuestro tiempo y nuestro futuro cercano, porque es como un avance del “metaverso” de Facebook de Mark Zuckerberg: intrigante, repulsivo y emocionante a partes iguales, y algo que realmente hay que ver.
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