“Elijo centrarme en toda la valentía, en todo el coraje”, dice Lady Gaga sobre el periodo pandémico que vio aplazada su gira Chromatica Ball en dos ocasiones, “quiero mirar atrás y recordar siempre este último par de años”.
Teniendo en cuenta que “justo así” implica a 60.000 personas con pulseras parpadeantes viendo a una dama escarabajo púrpura tocar un piano que se asemeja a un trono alienígena en llamas – aparentemente diseñado por H R Giger – es poco probable que lo olvidemos.
Tenemos cierta suerte de que, llegado el año 2022 y como actor aclamado cuyo álbum Americana de 2016 Joanne viró hacia una exposición personal sin artificios, Stefani Germanotta sigue siendo uno de los actos en vivo más asombrosamente extraños del mundo. “Gracias por querer a un bicho raro como yo”, dice al público, una parte importante del cual va vestida con sus propios trajes de bicho raro. Y es difícil no enamorarse de una mente lo suficientemente vanguardista como para inventar un espectáculo de estadio de cuatro actos en el que Brasil se encuentra con Hostel, La Naranja Mecánica, Prometeo, El Gran Gatsby, Los Guerreros, Ellos, Matrix y El imaginario del Doctor Parnassus.
El espectáculo se abre de forma tan extraña como pretende continuar. Una película impresionista, como una pesadilla en celuloide, capta a Gaga transformándose en una malvada mujer pájaro antes de que comience el Preludio, en el que Gaga aparece en lo alto de una hilera de celdas brutalistas de hormigón falso, sujeta con un exoesqueleto mecánico y cantando “Bad Romance” a un grupo de prisioneros que bailan mientras giran en el acto. La metáfora de estar atrapado en una relación abusiva es flagrante, pero a partir de ahí el Baile Cromático hace poco caso a la imagen y al tema.
Gaga se desprende de su camisa de fuerza metálica para “Just Dance”, las luces rojas de la alarma empapan el escenario para el “Poker Face” de Eurythmics y el monstruo está suelto. En el primer acto (“Alice”, “Replay”, “Monster”), está tumbada en un mugriento quirófano hidráulico con un leotardo salpicado de sangre y un vestido rojo gore, como si fuera la víctima de una tortura porno de un robo de bazo en la calle Budapest. En el segundo acto (“911”, “Sour Candy”, unas magníficas “Telephone” y “LoveGame”, y la canción de Gaga “…Baby One More Time”), se convierte en una policía de ciencia ficción mientras el escenario se transforma en una versión steampunk de la Nostromo. El tercer acto (“Babylon”, “Free Woman”, “Born This Way”) tiene lugar en una decadente fiesta de Gatsby, con Gaga y sus bailarines vestidos con trajes dorados, antes de formar una procesión hacia un segundo escenario entre la multitud y coronar a Gaga como reina de los bichos.
Esta generosidad cambiante ha suscitado a menudo comparaciones con Bowie, pero esta noche Gaga no muestra ni de lejos el mismo espíritu de salto de género. Basándose en gran medida en 2020 Chromatica de 2020, su regreso al dance-pop, a menudo parece casi un acto de homenaje a sus predecesores del pop: Britney Spears, Christina Aguilera, Pet Shop Boys y -en el facsímil de “Babylon” y “Express Yourself” de “Born This Way”- Madonna. No son malos actos para seguir, pero sólo cuando Gaga toma el último de una larga lista de pianos surrealistas para el popurrí de baladas del cuarto acto es cuando su talento individual brilla de verdad detrás de la estantería del vestuario. Interrumpiendo las melodías para dedicarlas a Alexander McQueen y lanzando mensajes motivadores sobre la identidad, berrea a través del épico country “Shallow”, de Ha nacido una estrella, y se mantiene sobre una pierna en su taburete mientras “Fun Tonight” pasa de balada dolorosa a disco de U2.
Por último, un vídeo de Gaga recitando un poema sobre cómo la vida es arte y todos somos eternos (dígaselo a la resaca del Tottenham de mañana) da paso a un extasiado final de “Stupid Love”, “Rain On Me” y “Hold My Hand”, Gaga vestida como una Beyonce motera con una enjuta mano de garra. Es justo decir que la reina de los freaks ha vuelto, y sigue siendo inolvidable.
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