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“Esta noche es mi jodida noche”, proclama Stormzy ante un estadio O2 repleto el domingo por la noche. Y no se equivoca. El rapero del sur de Londres lleva tanto tiempo encabezando festivales y agotando las entradas, que resulta difícil creer que esta noche sea la primera vez que actúa en el estadio londinense. “Estoy en casa”, sonríe a un público que ya está en pie. Al fin y al cabo, también es su noche. La mayoría de las 20.000 personas en las gradas compraron sus entradas hace más de dos años. Con dos años de retraso, la gira de Stormzy para su segundo álbum, Heavy Is the Head, está por fin en marcha.
Ese disco se ganó a los escépticos que quedaban después de su debut, recibido con entusiasmo, de 2017 Gang Signs & Prayer. Mostró a un rapero que se siente igual de cómodo repartiendo brutales evisceraciones del gobierno como ripostando descaradamente a los críticos, tanto grandes (su compañero estrella del grime Wiley) como pequeños (un usuario de Instagram cuya airada nota de voz exigiendo a Stormzy que “lance algo de jodida música, d***head” abre todo el álbum). El incendiario set de Stormzy en Glastonbury en 2019 cimentó su reputación como un nombre familiar. Y si había alguna preocupación de que el tiempo transcurrido entre entonces y ahora hubiera embotado el hype, queda ahogada al instante por los gritos que reciben la llegada de Stormzy cuando desciende al escenario con un tríptico explosivo de las canciones favoritas de los fans: dos de su último disco (“Big Michael” y “Audacity”), además de un oldie (“Know Me From”, de 2015).
Los conciertos de hip-hop en grandes carpas se han convertido en una rutina, y este no es diferente. Las luces estroboscópicas, los cañones de confeti y un escenario cinético son solo la punta de este iceberg creativo, cincelado por el mismo equipo de dirección artística que estuvo detrás de la actuación de Stormzy en Glastonbury y del set principal de Beyoncé en Coachella. Pero lo que destaca esta noche no son los frecuentes rugidos de fuego que se sienten hasta en la sección nosebleed, sino el hecho de que Stormzy sigue centrando la atención en medio de todo eso. Con sus 1,80 metros, es una presencia imponente. Pero el rapero irradia un carisma y un dominio que los atributos físicos no pueden explicar. Recorre el escenario con convicción, oscilando entre el rebote bombástico de sus números alborotados y la quietud monástica en sus momentos más tranquilos.
La parte central del espectáculo (que comprende el lado más discreto del rapero con temas como “Crown” y “Heavy Is the Head”) es una muestra indiscutible de la versatilidad de Stormzy. Pero son las canciones más alborotadas las que tienen a sus fans más encendidos. Su interpretación del tema de Wiley “Wiley Flow” es un aluvión de golpes y puñetazos que el público puede igualar palabra por palabra. El vídeo de fondo del espectáculo de esta noche no tiene sentido para los fans. Es difícil imaginar un público más agotado que éste hasta que Dave llega al escenario para unirse a una interpretación sorpresa del gran éxito “Clash”. De repente queda claro que queda mucha energía en el tanque.
“Gratitud” es un mantra que Stormzy repite esta noche, ya sea a sus fans o a Dios. O a su madre, a la que grita en una actuación especial por el Día de la Madre de “100 Bags” de 2019. Y es cierto que, aunque el gigante del grime lleva un tiempo en su mejor momento, aún conserva algo de ese chico maravilla de Croydon. En el raro momento en que Stormzy debe recuperar visiblemente el aliento entre versos, las pantallas muestran a un rapero incrédulo de dónde está. Y uno que no ha olvidado quién le ha llevado hasta allí. En un momento dado, coge un sombrero que le lanza un fan en la multitud. Se la pone sin perder el ritmo, e interpreta el resto de “Too Big For Your Boots” con la vieja y sudorosa gorra Kangol de un desconocido en la cabeza. Stormzy: un rapero del pueblo.
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