El surrealismo es un fenómeno artístico que todo el mundo cree comprender. Puede que haya sido uno de los 20th con sus aspiraciones de socavar todo el orden social y político ahondando en los reinos más oscuros del inconsciente, y de explorar el ilimitado potencial visual del lenguaje de los sueños.
Sin embargo, nuestra concepción del surrealismo se reduce a las desgarradas hazañas de entreguerras de un grupo de carismáticos chicos malos de París -Dali, Magritte, Ernest, Miró y otros- y a algunas de sus imágenes clave. Así que si consigues, por ejemplo, la obra de Dalí Teléfono de la langosta (un teléfono con una langosta como mango) y Magritte El tiempo transmutado (un tren meticulosamente pintado que sale disparado de una chimenea), se obtiene básicamente el surrealismo. ¿No es así? Absolutamente equivocado, según esta importante exposición de la Tate.
El surrealismo, argumenta, fue un fenómeno mucho más diverso de lo que hemos imaginado, con la participación de muchas más mujeres y personas de color, y con nodos críticos de actividad desde Brasil a Tokio, a Ciudad de México, a Bagdad y más allá.
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