Carlos Acosta’s Don Quijote es una de las principales cartas de presentación del Birmingham Royal Ballet, que subraya sus ambiciones como director de la compañía. Se trata de una obra de gran envergadura, con una técnica clásica exigente y una nueva producción fastuosa. Y vale la pena. Es una velada soleada, repleta de baile, con una compañía que confía tanto en el estilo como en la narración.
Como ballet Don Quijote está muy lejos de Cervantes. El melancólico caballero español deambula por la acción, pero en realidad es una comedia romántica para los jóvenes amantes Kitri y Basilio. Creada originalmente por Marius Petipa en 1869, y muy revisada desde entonces, cuenta con una animada partitura de Minkus y una historia que nos lleva desde la plaza de un pueblo español hasta una escena de visión con ninfas en tutú.
La nueva producción de Acosta -prevista inicialmente para 2020, pero retrasada por la pandemia- es más ajustada y menos elaborada que su producción de 2013 para el Royal Ballet. Los diseños de Tim Hatley evocan paisajes bañados por el sol e interiores sombríos, atmosféricamente iluminados por Peter Mumford. Hay toques inventivos, siempre al servicio de la historia. En el diseño de vídeo de Nina Dunn, un molino de viento en el telón de fondo se transforma y se retuerce, con manos de tinta que salen de sus velas. Ese momento es más espeluznante que la mayoría de las producciones de Don Quijote, sin romper el tono del ballet.
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