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Sean y Dylan Penn en el Día de la Bandera: ‘Se sintió como pasar por una terapia’

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“Me encontré con una experiencia única en la vida que no me perdería por nada”, dice Sean Penn al valorar su última película como director, El día de la bandera. Puede atribuirlo a la elección de sus hijos. En el pasado, ha dirigido a algunos de los mejores actores del mundo. Viggo Mortensen protagonizó su debut como director en 1991 El corredor indio. Jack Nicholson protagonizó The Crossing Guard (1995) y La promesa (2001). Pero esta vez se dirigió a Dylan y Hopper, sus dos hijos mayores con su ex esposa actriz, Robin Wright.

Son las 10 de la mañana, hora de Los Ángeles, y estoy charlando con Sean, de 61 años, y su hija Dylan, de 30, por el Zoom. Ella se encuentra en una pequeña habitación sin rasgos distintivos, sorbiendo de una enorme taza, con su larga melena rubia cayendo sobre su sudadera gris. El parecido con Wright es sorprendente. “Tiene la piel de su madre”, comenta su padre en un momento dado, con ese gruñido bajo tan familiar. Va vestido con una camiseta azul marino, y de vez en cuando le salen rizos de humo del cigarrillo encendido que lleva encima. Un golden retriever merodea en el espacio de la cocina detrás de él.

Tras el desastre sin paliativos que supuso su último trabajo como director, el drama de los cooperantes de 2016 La última cara, una película que fue rotundamente abucheada en Cannes cuando se estrenó, Sean ha vuelto a encontrar su equilibrio con Flag Day. Tal vez sea porque se trata de una historia muy cercana a su corazón. Una historia real, basada en el libro Flim-Flam Man: La verdadera historia de la vida falsa de mi padre por Jennifer Vogel, Día de la Bandera es un drama de carácter paterno-filial narrado en voz baja desde la perspectiva de Jennifer. Ella cuenta su infancia y sus años de joven adulta mientras empieza a darse cuenta de que su padre John Vogel -interpretado por Penn Senior- es un gran estafador. “Es una gran historia de verdad y engaño”, comenta.

Le regaló el libro a Dylan cuando tenía 15 años, y le preguntó si consideraría interpretar a la joven Jennifer en la pantalla. Ella nunca había actuado. “No quería hacerlo”, dice. “Nunca quise estar delante de la cámara. Nunca me consideré un actor”. No es que se mantuviera alejada del negocio; toda la familia estaba impregnada de él. Su abuelo, el padre de Sean, era el actor y director Leo Penn. Su abuela -la madre de Sean-, Eileen Ryan, también actuó (y ha aparecido con frecuencia en las películas de su hijo), mientras que Robin Wright ha tenido una carrera que va desde La princesa prometida a House of Cards.

Para Dylan, que creció lejos de Hollywood en la tranquila zona del condado de Marin, al norte de San Francisco, hubo visitas a los platós de sus padres, incluyendo el de 2007 Into the Wild. Esta adaptación de las memorias de Christopher McCandless sobre el abandono de la sociedad y la búsqueda de la naturaleza, que dirigió su padre, sigue siendo una experiencia vívida. “No sólo porque estaba enamorada de Emile Hirsch [who played McCandless] por aquel entonces”, ríe, “sino por viajar a diferentes estados para ver a mi padre y estar en Alaska…”.

Se fue de casa a los 18 años y trabajó como camarera, camarera y repartidora de pizza. También trabajó como modelo y colaboró en rodajes de televisión y vídeos musicales. Con los años, pensó en trabajar detrás de la cámara, pero ¿delante de ella? La actuación le parecía una tontería, un juego de adultos. Pero poco a poco fue cambiando de opinión. En 2015, debutó en la pantalla en una película de terror llamada Condenada. También tuvo un pequeño papel en Elvis & Nixon, una película con Michael Shannon y Kevin Spacey.

Su padre, mientras tanto, no había renunciado a la idea de Día de la Bandera. Inicialmente, iba a protagonizar, junto a Alejandro González Iñárritu, con quien realizó en 2003 21 gramosde 2003, dirigiendo la película. Pero cuando ésta fracasó, la asumió como director y volvió a Dylan. Por mucho que no quisiera poner a su hija en escena, no podía quitarse de la cabeza la idea de que interpretara a Jennifer. “No llegué a profundizar mucho antes de que el rostro de Dylan se convirtiera en una parte tan indeleble de mi conexión con la narración. La especie de ‘máquina de la verdad’ que es… me pareció muy conmovedora”.

Luego, a riesgo de parecer nepotista, también eligió al hermano menor de Dylan, Hopper -que ahora tiene 28 años-, como Nick, el hermano de Jennifer. Y se vio obligado a interpretar él mismo a John Vogel, muy a su pesar al parecer, después de que otro actor”se cayó” a última hora. “Sería muy reacio a actuar y dirigir de nuevo”, insiste. “No creo que esté especialmente dotado para ello y me pareció un trabajo agotador hacer dos cosas a la vez. Pero dicho esto, estoy encantado de que haya sucedido porque pude tener esa experiencia tanto con Dylan como con Hopper.”

Independientemente de esta aversión a la multitarea cinematográfica, Sean ha creado otro personaje memorable que se suma a un cuerpo de trabajo ya asombroso. Sólo entre 1996 y 2009, acumuló cinco nominaciones al Oscar y dos victorias, por Mystic River y Milk. Dirigiendo a John desde mediados de los setenta hasta principios de los noventa, mientras entra y sale de la vida de Jennifer, Penn ofrece un tierno retrato de un estafador cuyas mayores víctimas son probablemente su propia familia. Es amable y bienintencionado, pero también se engaña a sí mismo y es un canalla.

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“Bastante escurridizo, ¿no?”, añade Sean, con fruición. “Creo que, en algunos aspectos, bastante sofisticado. Y, sin embargo, en otros, bastante infantil”. Cree que John tiene algo en común con el “derecho masculino blanco estadounidense” que ve a su alrededor en tantos hoy en día. “O más bien, debería decir, [in the] la creencia de que este sueño americano que se prometió [to] les da derecho a él. Y ese es un cableado muy difícil de corregir”.

Sean ha interpretado a un amplio espectro de varones blancos estadounidenses, con o sin derecho, desde su soldado con ganas de guerra en Casualidades de la guerrapasando por su alcalde abiertamente gay de San Francisco, Harvey Milk, hasta el lascivo director que encarna en la última película de Paul Thomas Anderson Pizza de regaliz. Pero cuando se trata de cómo ve la masculinidad, es de la vieja escuela. Recientemente declaró a un periódico: “Pertenezco al club de los que creen que los hombres en la cultura estadounidense se han feminizado de forma salvaje… No creo que [in order] para ser justos con las mujeres, debamos convertirnos en ellas”.

¿Qué quiso decir con esos comentarios? “Creo que los hombres, en mi opinión, se han feminizado bastante”, reitera. “En mi vida hay mujeres muy fuertes que no toman la masculinidad como un signo de opresión hacia ellas. Hay muchos, creo, genes cobardes que llevan a la gente a renunciar a sus vaqueros y ponerse una falda.”

Es una respuesta que sugiere que preferiría que los rasgos masculinos y femeninos permanecieran como tales, y que deja a Dylan callada, mirando al espacio. Me queda la duda de hasta qué punto su relación es comparable a la de los Vogel. “Creo que en nuestra propia relación con el otro, soy mucho más guapo”, bromea el padre. “Por supuesto, hay paralelismos. Nos encontrábamos con cosas que llegaban al hueso aquí y allá… eso era fácil para los dos, mirarnos a los ojos y decir: ‘Recuerdo que hemos estado ahí’, etc.”

Penn padre, al parecer, está tallado en granito de otra época. Creció en California, surfeando las olas del Pacífico cuando no estaba haciendo cortometrajes con sus compañeros de instituto Charlie Sheen y Emilio Estevez. El cine era entonces un arte. Incluso la mera noción de ver Día de la Bandera en digital es difícil de aceptar para Penn. “Ir al teatro y experimentar algo en un momento con extraños es la chica de la que me enamoré”, dice, simplemente. Dylan, al menos, está de acuerdo. “La experiencia de estar en un teatro es tan diferente a la de estar en tu cama viéndola en un portátil”, dice.

Cuando Día de la Bandera se estrenó en Estados Unidos, Penn dejó claro que quería que la película se viera en los cines, pero sólo si los compradores de entradas estaban vacunados contra el Covid-19. “Quiero decir, ¿qué valor tiene que pidamos a la gente que entre en una sala de cine para tener una experiencia de crecimiento -o esperamos que lo sea- si su cuerpo se ve afectado de forma degradada?”, me dice. “Así que sí, todos tenemos que pensar en eso y, al hacerlo, superar esto para que ir al teatro deje de ser una experiencia reticente”.

Tiene “una enorme fe en las vacunas” y habla con vehemencia sobre el hecho de vivir en un “país privilegiado” como Estados Unidos, donde no sólo hay un exceso de vacunas sino también una ignorancia hacia la ciencia. “A veces la gente se toma su privilegio y su libertad como un derecho para ser anticiudadanos, para ser ciudadanos fracasados – los que buscarán el tipo de ciencia falsa que les daría legitimidad [when it comes to] para no ser vacunados”.

Su organización sin ánimo de lucro CORE (Community Organised Relief Effort), que fundó en respuesta al terremoto de 2010 en Haití, ha dedicado esfuerzos desde que estalló la pandemiaa las pruebas y vacunas de Covid-19. En el pasado, el actor ha sido objeto de burlas por su activismo (sobre todo en la película de sátira de marionetas Team America), pero nunca ha cedido. “Seguimos adelante”, dice, con un brillo de optimismo en su voz. “Intentamos continuamente educar e incentivar a más personas para que acepten la vacuna. Y abogamos por la distribución de vacunas en los lugares donde la gente las necesita”.

Aparte de esto, está previsto que haga una rara aparición en una serie de televisión limitada – Gaslit – que trata del escándalo Watergate. Incluso él tiene que admitir que la pequeña pantalla ha eclipsado a la grande este siglo. “He visto cosas extraordinarias en la televisión”, dice. En cuanto a Dylan, quiere convertir esta “experiencia única en la vida”, como dice Sean, en algo más habitual. “Me sentí como si estuviera haciendo terapia todos los días”, se ríe, suavemente. “Pero definitivamente ha hecho que quiera correr más riesgos”. De tal palo, tal astilla, se podría decir.

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