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Reseña de los Rolling Stones, BST Hyde Park: Sigue siendo la mejor banda de fiesta del mundo

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“Bienvenidos al evento de la American Express British Summer Time Covid”, bromea Mick Jagger, un hombre que, a sus 78 años, parece haber dado una patada en la entrepierna al coronavirus y haber salido a la calle luchando. Lleva una hora pavoneándose, retorciéndose y agitando los brazos por el escenario de Hyde Park como si estuviera participando en un concurso de baile consigo mismo, animando a algunos de los mejores blues rock conocidos. Y aún no ha terminado.

El ataque de Covid de hace quince días puede haber obstaculizado dos de los conciertos europeos de los Rolling Stones, pero para este segundo de los dos conciertos en el BST ha vuelto a estar en plena forma, retorciéndose y estampando en la rampa del ego gritando “Get Off of My Cloud” como el icónico showman del rock que es. A juzgar por sus apasionados solos de armónica, conserva la capacidad pulmonar de un buceador en apnea de un tercio de su edad.

Nunca se dudó de que Jagger volvería a saltar -y a arrastrar los pies, a hacer el tonto y a bailar-. Aunque el montaje inicial de imágenes del difunto baterista Charlie Watts actúa como un recordatorio conmovedor de su vulnerabilidad, sigue habiendo algo inmortal en los Stones. Su aspecto es el de una ostentación de rock’n’roll enrarecida: Ronnie Wood tocando una brillante guitarra dorada, Keith Richards con un look de garaje, con un pañuelo y una pulsera con esposas, y Jagger resplandeciente con una variedad de chaquetas brillantes y chamánicas.

“Adele es una cantante maravillosa”, bromea tras su tercer cambio de atuendo, “pero yo tengo más vestidos brillantes que ella”. Sin embargo, sigue habiendo un peligro juvenil y eléctrico en “19th Nervous Breakdown” y el rock sureño de “Tumbling Dice”, aunque seis décadas de evolución musical hayan dejado atrás esos disturbios de 12 compases.

Lo más importante es que han llegado a abrazar esa energía inherente. En algunas giras, los Stones se excedían en sus raíces pre-rock con versiones de Robert Johnson y Chuck Berry y largas jams, como suelen hacer los caballeros de cierta edad profundamente deudores del rock de carretera y del blues del Mississippi. Esta noche, sin embargo, se han desahogado de forma espectacular. Una primera tanda de arranques de fiesta da paso a la sección de baladas más cantada que se pueda imaginar: “Angie” y “You Can’t Always Get What You Want” prácticamente hacen que las torres de los apartamentos de Park Lane se balanceen. A mitad de la actuación, “Honky Tonk Women” se interpreta sin prisa, pero con un gran estilo rockero, mientras que la habitual versión es una de las mejores canciones jamás escritas: una majestuosa versión de “Like a Rolling Stone” de Dylan. Incluso las presentaciones de la banda antes de que Richards tome el micrófono para un par de temas de blues (“You Got the Silver” y “Happy”) son puro entretenimiento. Jagger declara a Wood “el Botticelli de Belgravia” con “una joven familia que mantener”.

El disco-rockero “Miss You”, con Jagger ahora con una brillante chaqueta de Star Trek, se excede en los solos y “Midnight Rambler” es un ejercicio de honky tonk y armónica demasiado lejos, que se detiene prácticamente a los 10 minutos. Pero la oscura exótica de Morricone de “Paint It Black” rejuvenece el conjunto, dando inicio a una cascada final de éxitos seminales del rock’n’roll que hace que los Stones suenen tan nerviosos y conflictivos como lo fueron en la punta de la contracultura de los sesenta y setenta. “Sympathy for the Devil” es el colmo del rock vudú insidioso, Jagger vestido como una versión de Belzebub en color verde chispeante mientras confiesa sus muchas atrocidades históricas con un encanto cultivado. Y “Gimme Shelter” -originalmente una diatriba descarada contra Vietnam y la violencia urbana occidental- sigue siendo tristemente relevante. Viene acompañada de imágenes en todo el escenario de bloques de apartamentos bombardeados y banderas ucranianas mientras, en la rampa, Jagger y la cantante de acompañamiento Sasha Allen se enfrentan en una pelea de rock’n’roll.

Sesenta años después, los Rolling Stones siguen siendo la mejor banda de fiesta del mundo, y Hyde Park tiene un exceso de canciones para cantar en el metro: un estridente “Start Me Up”, un tormentoso “Jumpin’ Jack Flash”, un eterno “(I Can’t Get No) Satisfaction”. Si este acontecimiento difunde algo, es el júbilo.

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