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In un avión privado que sobrevuela las montañas cubiertas de pinos a 26.000 pies de altura, tres cachorros de lobo mexicano leonado duermen. Cada uno pesa menos de un kilo y sus ojos, de 10 días de edad, aún están cerrados. Su valor, como miembros más recientes de una especie en peligro crítico, es inconmensurable.
Los cachorros están protegidos por un suave transportín y se mantienen calentitos -25ºC, según indica un termómetro adjunto- con calentadores de mano envueltos en una toalla. Están flanqueados por un veterinario y un cuidador del zoo, acompañantes de este tramo de una operación coreografiada con precisión.
Los cachorros fueron sacados de su lugar de nacimiento, el zoo de El Paso, dos horas antes. Su destino es la guarida de una manada de lobos salvajes en las montañas de Nuevo México, donde se espera que los cachorros sean adoptados por la manada, para que sus genes refuercen una población endogámica y ayuden a restaurar un depredador de primer orden y, tal vez, proporcionen un eslabón en una cadena de poblaciones de lobos que se extiende desde Canadá hasta México.
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